3º Concurso Internacional de Poesía y Narrativa
EL MENSÚ EDICIONES 2012
4º ORDEN DE MÉRITO:
Campeonato Mundial 2018
Najenson José Luis
Jerusalem (Israel)
-Es el tendón de Aquiles -dijo
el médico del equipo cuando vio la sangrante herida- No puede seguir jugando-
Habían transcurrido sólo quince minutos del primer tiempo.
Y así, Hispamérica se quedó sin
su mejor delantero, el famoso Raúl A. Pelida, en el partido que iba a decidir
el campeonato. En este Mundial de 2018, todo era distinto al de 2014 y los años
anteriores. Para empezar, se realizaba en Micronesia, pequeño país insular que
había maravillado al mundo cuatro años atrás, llegando hasta la final, en la
cual recién perdió el invicto con Argentina. Otra diferencia notable era la
unificación de los países en bloques, debido a la proliferación de equipos
nacionales que querían competir, virtualmente todos los países. De modo que se
decidió dividirlos en ocho grandes ligas: Hispamérica, agrupaba a España y
demás naciones de América de habla castellana; Luso-Afro-América, a Portugal,
Brasil, Angola, Mozambique y Cabo Verde; Anglosajonia, a Inglaterra Escocia, Gales, Irlanda, EEUU,
Canadá (sin Quebec) y Australia; Visieuropa, a Europa Occidental, excepto
España y Portugal (con Quebec e Israel); Ostroeuropa, a toda Europa Central y
los países balcánicos; Eslavia, a Rusia y Europa Oriental; Islamia, al
remanente de Africa y Asia, con Turquía; y Oceanía, anfitriona del Campeonato
por Micronesia, al resto de Oceanía sin Australia.
A raíz de varios incidentes que
ensombrecieron el Mundial anterior, se cambiaron también los árbitros de carne
y hueso por robots móviles, que no cometían errores ni albergaban preferencias.
Pero el azar y la malicia humana seguían teniendo su lugar en el fútbol, y una
feroz zancadilla, aparentemente, había cortado el tendón de Aquiles de la
pierna izquierda, la icomparable “zurda”, del jugador estrella de Hispamérica,
en el partido final contra la liga luso- Afro-Americana, su rival clásico.
Luego se supuso que podría haber sido obra de un brujo incógnito, quien logró
escapar del estadio antes de que lo buscaran las fuerzas de seguridad. Como se
carecía de toda evidencia, y el uso de la brujería no estaba todavía prohibido
legalmente, no se tomaron medidas y el partido siguió su curso sin el jugador
herido. Esa era una de las paradojas de mediados de la segunda década del
tercer milenio, que combinaba la más alta tecnología con la eficacia ritual del
pensamiento mágico. Los entrenadores de Hispamérica no habían recurrido a ello,
pero sí atinaron a contratar algunos antropólogos para disminuir sus efectos en
caso de que ocurriese, ateniéndose a algunos rumores del espionaje deportivo.
Al parecer, éstos habían fallado en su cometido, porque sin Raúl A. Pelida el
equipo difícilmente podría superar a su poderoso adversario.
El Etnógrafo en Jefe del
equipo, Pablo Manzanares, graduado en la Universidad de La Plata, estaba
desconcertado. Raúl A. Pelida tenía una hinchazón en el talón escindido, que no
podía ser simplemente el resultado de una patada. Ya habían revisado
minuciosamente los botines del jugador que cometió el foul, y que fue expulsado
de la cancha con tarjeta roja. Se llamaba Paris Oliveira, y estaba tan
asombrado como su víctima.
-O solucionás el problema, o
estás despedido -le dijo perentoriamente el Entrenador Principal, Mario
Cenotti, al compungido Manzanares- tenés hasta el comienzo del Segundo Tiempo.
Pablo consultó al Médico en
Jefe, Claudio García, que se hallaba en la misma situación que él con idéntica,
casi imposible demanda:
-O lo curas, o te vuelves a tu
aldea de Castilla para siempre -había dicho Cenotti, hombre de pocas palabras
que siempre cumplía sus amenazas y promesas.
-Creo que voy a volverme loco
-le dijo el galeno al antropólogo- el efecto de la herida es un envenenamiento
de la sangre, cual si le hubieran inyectado algo emponzoñado, y el veneno se
está expandiendo rápidamente por todo el cuerpo. He mandado una muestra al
laboratorio para ver si consiguen un antídoto.
Raúl A. Pelida, consumido por
la fiebre, deliraba constantemente en un idioma ininteligible.
-Escuche, a lo mejor Ud.
entiende algo de esta jerga –dijo el doctor después de lavarse las manos y
tomar asiento junto al paciente.
Pablo Manzanares, además de su
español natal, latín y griego, sabía portugués y varios dialectos brasileños,
así como diversas lenguas sud-saharianas.
-No parece ser ninguna forma de
habla lusitana ni tampoco del tronco Bantú, aunque no podría asegurarlo, porque
el delirio la vuelve incomprensible. Lo que no me cabe duda es que se trata de
un atentado brujeril de primera clase, altamente efectivo.
-Es como si le habrían lanzado
una flecha con curare u otro tóxico mortal -insistió el médico.
-¿Una flecha envenenada?
-musitó Pablo, y de pronto se le iluminaron los ojos. Había oído una palabra
que conocía, pero en griego…
-¡Ilión! -Casi gritó el nombre
mítico de Troya- y el atacante se llama París…
-¿Qué significa la
"A", el segundo nombre de Raúl?
-Aquiles -respondió el Doctor
alelado- las coincidencias son asombrosas…
-Más aún si traducimos su
apellido al griego: Pelida quiere decir "hijo de Peleo". ¿Recuerda?
"Canta ¡Oh! Musa, la cólera de Aquiles, el Pelida". Así comienza la
Ilíada.
-Es increíble… -barbotó
Claudio, pero ya Pablo no lo escuchaba, afanándose en grabar la perorata
inconsciente de Raúl en griego homérico.
-¡GOOOOL de la Liga Lusitana!
-anunció el locutor de la T.V-. ¡Uno a cero, a los 25 minutos de juego! -La
torcida, exultante, intentaba derribar el cerco que separa la cancha del
público.
-Veo los vivaques de nuestras
tropas de asedio brillando en la madrugada, -murmuraba Raúl en griego- que
llegan hasta el mar... Veo los cascos emplumados de los defensores al filo de
la muralla de Ilión...Veo a Héctor, a París, que tiende el arco...Veo a la
muerte remontando mis venas bajo la mirada distante de los Dioses. Sólo hay una
Diosa que puede salvarme, Palas Atenea.
El mensajero del laboratorio
llegó con los resultados del análisis: se hallaban ante un veneno desconocido
en la actualidad, y tendrían que hacer varias pruebas para dar con alguna forma
de cura, incierta de todas maneras.
Pablo le hizo a Raúl diversas
preguntas, en griego y en español, pero el jugador no le respondía, siguiendo
solamente el hilo de sus visiones.
-Patroclo ha muerto, Héctor
morirá en la última batalla, Palas Atenea fermenta la astucia de Ulises. Pero
yo veo el Hades, donde iré a reunirme con mis antepasados mirmidones. ¡Salve
Diosa, y danos suerte y felicidad!*
Amén del espeluznante remedo de
los nombres -pensaba el etnógrafo ¿de adónde sabe Raúl el idioma de la Ilíada,
o, más extraño aún, cómo pueden saberlo los brujos que forjan el hechizo? No.
Aquí hay otra cosa, algo que supera cualquier encantamiento...
-¡A cuarenta minutos del primer tiempo, el score todavía
no ha variado! -bramaba el comentarista brasileño- el equipo hispano se ve
desmoralizado y a la defensiva, cuidando sólo de que no le hagan otro gol...
La única explicación
relativamente lógica, dentro de lo disparatado del incidente -se dijo
Manzanares- es apelar a la teoría de la reencarnación, combinada con la de la
transposición del tiempo, así se crea o no en ellas: Raúl Aquiles Pelida fue
Aquiles el Pelida, y por eso su alma rememora. París Oliveira fue París, si bien él no ha entrado en trance
porque no es el objeto del embrujo, que actuó como catalizador, sino su
instrumento. Los hechiceros han debido jugar sólo con la semejanza de los
nombres y el mero conocimiento de la herida mortal del hijo de Peleo, causada
por la flecha de París; no necesitaban leerse toda la Ilíada para ello. La
brujería es un saber práctico, no erudito, pero puede ser tan poderosa como
para saltar sobre el obstáculo del tiempo, aunque los mismos autores del
hechizo y su víctima no lo sepan, y sacar a Raúl del campo de juego como de un
campo de batalla. ¿Acaso “allá” y “entonces”, frente a las murallas de Troya, el
verdadero Aquiles sufre solamente la zancadilla de un soldado enemigo? ¿Sería
otra forma de intervención de los Dioses para salvar la vida de Aquiles, “el de
los pies ligeros”, de la flecha de París, cuando el tiempo se trastoca? Esto
también le daría otro sentido a la fábula de Aquiles y la tortuga y a la
paradoja eleática. ¿ Cuál es la verdadera razón que yace detrás del triunfo de
la tortuga en esa carrera desigual? ¿Por qué dice Zenón que Aquiles nunca
alcanzará a la tortuga, ya que para ello necesita la infinitud del tiempo?
-¡Fin del primer tiempo, uno a
cero a favor del equipo lusitano!
-Gritaba desaforadamente el comentarista portugués.
Después de meditar
intensamente, apenas tuvo en cuenta que sólo le quedaban los escasos minutos
del intervalo, Pablo Manzanares se jugó el todo por el todo. Cuchicheó con el
médico explicándole su alocada idea y obtuvo su complicidad para lo que pensaba
hacer. La otra alternativa, de todos modos, era la muerte de Raúl a corto
plazo, y ni siquiera alcanzarían a llevarlo al hospital. Para bien o para mal,
los entrenadores no se daban cuenta de la gravedad de su estado. Entre ambos
llevaron el cuerpo aún exánime del jugador hispano a la cancha, ante la
extrañeza de los espectadores que cubrían el estadio. Pablo hurgó afanosamente
sobre el césped hasta encontrar lo que buscaba: las gotas de sangre seca que
indicaban el sitio donde había caído.
-Si aquí se operó el cambio
temporal por interferencia mágica, aquí debe producirse el contrahechizo
-murmuró, más para sí que para el médico.
Una vez que hubieron ubicado el
cuerpo, con el talón herido junto a la mancha de sangre, el antropólogo recitó
un largo conjuro en griego contra la muerte debido al poeta Hesíodo, que
recordaba de su época de estudiante, y rogó a Palas Atenea, la Diosa protectora
del héroe mirmidón, y a Apolo, en la misma lengua, por la salvación de ambos
Aquiles. Agregó también a ese Dios porque había dirigido el rumbo de la
mortífera flecha lanzada por París. Luego se quedó en silencio por unos
minutos, con los ojos cerrados y alzando los brazos en señal de reverencia,
como estipulaba el mismo conjuro, que le había oído recitar a su profesor de
griego.
Lo sacó de su ensimismamiento
la voz de Raúl que preguntaba “¿dónde estoy”?, y el grito estentóreo de alegría
del médico que no podía creer lo que estaba viendo: la herida había sanado y
las tribunas hispanistas vitoreaban a Raúl, quién se incorporaba lentamente
como si sólo hubiera recibido un golpe en la caída.
Ni que decir tiene que la
incorporación de la estrella dio la victoria a su cuadro en el segundo tiempo,
culminado con un fabuloso cuatro a uno.
Pablo Manzanares se alegró y
entristeció a la vez, y en medio de la euforia del triunfo comenzó a retirarse
de la cancha, donde la multitud alzaba en andas a Aquiles Pelida y a Cenotti,
así como a los demás jugadores. El Dr. García lo vio alejarse y se acercó
corriendo.
-¿Qué le pasa? -inquirió
extrañado- ¿no está contento con el milagro que Ud. mismo ha suscitado?
- Sí y no. -Pablo se mesaba los
cabellos con un gesto de desasosiego- Me alegro por Raúl y todo lo demás...Pero
en el intento de vencer a la muerte descubrí también su misterio, así como el
del tiempo y la resurrección, que los antiguos grandes iniciados conocían y
nuestra ciencia ha olvidado. ¿Después de eso, qué puede importarme lo que pasa
en este mundo?
*Himno a
Palas Atenea, V
No hay comentarios:
Publicar un comentario