8 de enero de 2011

"El barrio que nos tocó en suerte" - Mercedes Espinosa




Las narraciones elegidas son una serie de historias enmarcadas. La mirada de una niña nos guía. Ella, comparte la vida cotidiana de un barrio que se niega a olvidar costumbres tan arraigadas de una época no tan lejana. Sus vecinos se conocen, dialogan. Muestra una vía de síntesis dentro de un sistema de vida a punto de modificarse.
En sus textos se hacen presente aquellos ámbitos en los que sus mensajes van más allá del color local, el costumbrismo o la crítica social.
El centro de su temática es el hombre con sus mayores mezquindades y sus aspiraciones más altas. Con sus movimientos de superación y regresión.

Griselda Rulfo (del Prólogo)




.LEJANO AMOR.

Conocí un nuevo vecino, se llama Iván. Es nieto de una señora que vive atrás de otra casa. Tiene un patio enorme, un aljibe que ya casi no se usa con plantas en tarritos y también en macetas. Allí se apretujan alverjillas, alegrías del hogar, helechos y una que otra margarita. No puedo quedarme mucho tiempo. Iván insiste en mostrarme su colección de figuritas que muestran guerreros de todas las clases y gustos. También su celular, usado por supuesto, pero para él un tesoro. En ese momento llega un mensajero que trae una carta.



Las botellas, que acababa de llenar con agua del pozo, y además secara una a una, con el trapo húmedo para que no mojaran su larga falda, no estaban ahí.
Seguro no las encontraría más, porque Ramiro dijo muy claro, no utilices el agua porque está contaminada.
Vaya si lo sabré, se dijo la vieja Justina, pues ella sabía mucho de esas cosas desde que observara, como la nueva fábrica tiraba sus residuos al canal.
Julia se las ha llevado para regar el patio. Con este calor la única gallina que le queda no quiere ni poner huevos, ya no tenemos para comer. El hueso de ayer lo puse en el puchero, la sopa está tan asquerosa que me tiemblan las manos y la cuchara para servirla.
-Pero quién hace tanto ruido. No ven que estoy ocupada.
Sus meditaciones se interrumpen por un momento. Ahí llegaba el hombre de la boina rara y traía una carta en la mano.
-Mire que impuestos yo no pago más- lo increpó Justina.
- No se aflija, no es un impuesto, es una carta perdida hace como veinte años. Y fíjese usted, había quedado en un mueble viejo, pero no la destruyeron. Están remozando el lugar. Pero la estoy aburriendo con mi charla. Tómela, aquí está.
Justina en el apuro se llevó una silla por delante, casi pisa el sapo de piel fría y rugosa que dormitaba en la cocina.
Su mano mojada tomó trémula el sobre, lo dio vuelta. Era de muy lejos, del otro lado, Afganistán, lo abrió y a borbotones las palabras le inundaron los ojos, la cara, todo el cuerpo.
Su Juan, aquel que había sido su novio y se quedara allá en su tierra, le contaba de despedidas, de cosas que ella no entendía, de colores que se le entremezclaron en un solo delirio, rojo de sangre, rojo de destrucción, negro de tortura, blanco de la nada, azul de un cielo que ya no vería y verde al que nunca más podría ver y sentir. Por eso preguntó, decime Ramiro, ¿cómo es la guerra?
El silencio se hizo grande y fue uno más en el amplio patio. Silencio que sólo se quebró cuando alguien dijo, como para disimular:
-Aquí había una maceta, ¿se la llevó alguno de ustedes?
Todos se miraron. El silencio otra vez se acomodó para dar paso al señor de la gorra, que a esta altura, hacía rato la tenía entre sus dedos toscos.
-Perdone doña, no era mi intención pero la corrí hacia un costado y la puse entre las margaritas para que no estorbe el paso. .
- Está bien, señor. ¡Julia! traeme un mate, porque hoy ya no tengo hambre.
Julia y Ramiro no la escucharon, leían ese pedazo de papel viajero de tiempos vividos, de amores que pudieron ser y no fueron, que quedaron hilvanados, perdidos en ese mar tan profundo, como sólo puede serlo un gran amor.
Uno a uno, todos se fueron, el señor de la gorra, ése, el que trajera la carta ajada y amarilla, Ramiro, después Julia. Quedó Justina, sus ojos celestes miraban largo, perdidos más allá. Atravesaban el cerco de ligustros y eucaliptos, viajaban lejos, incansables, atravesaban puertas, ríos, ciudades, mares y llegaban allí, a aquél lugar que una vez fuera de los dos. Sus manos se encontraron y se unieron, sus miradas cansadas de tanta búsqueda al fin se cerraron. Habían llegado a buen puerto.
Así quedó Justina sentada en su silla, parecía dormida.
-¡Eh vieja! hasta cuando va a dormir.
-¿Quién le hablaba así? Ah, pero si es Julia que ha vuelto.
-Levántese, tengo que ir a trabajar, me toca el turno de relevar a Teresa en el mostrador. Usted no tiene apuro porque cobra su pensión de seiscientos veinte pesos, como Ramiro el del plan jefas y jefes de hogar, todo, gracias al Gobierno, si bien algún trabajito extra tiene que hacer, como ir a manifestaciones, inauguraciones de viviendas, cloacas, tirar alguna que otra piedra, pero bueno, de vez en cuando vale la pena, si te pagan comisión, ¿no es cierto?
Bueno, pórtese bien que vuelvo dentro de dos o cuatro horas.
Justina, apenas la escucha, gira la cabeza y vuelve a dormirse dispuesta a ser cómplice de la noche, las luciérnagas y los grillos, en ese verano que se niega a partir.


Datos del libro:
El barrio que nos tocó en suerte, de Mercedes Espinosa, con prólogo de Griselda Rulfo e ilustraciones de Claudia Peretti, 1a ed., Villa María, El Mensú Ediciones, 2010, 102 p.; 21x15 cm, (En la atmósfera; 1). ISBN 978-987-25748-4-0.



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