Nació en Carrilobo en 1944.
Es profesor de Castellano y Literatura y profesor en Historia y Geografía.
Publicó junto a Julio Arnauk "Retazos de recuerdos de Carrilobo"; participó con relatos en "Historias Populares de Carrilobo" dirigida por la Doctora Claudia Ambrogio y es autor de "Calchines, ranchos y gauchos" (2007), "Lanzas rabiosas" (2008) y "Chispazos de fogones" (2010).
Representó al Centro de Jubilados y Pensionados de Carrilobo en los Juegos Nacionales Evita 2011. Se hizo acreedor del primer puesto a nivel regional y provincial en el género narrativo.
CAPÍTULO I
LOS MONTONEROS
Fuerte Grande de El Tío - Julio de 1829
El ocaso aureolaba con fulgores naranjas la raya difusa de matorrales y espinillos, que en el horizonte encendía la línea del poniente. José Antonio Guevara se acarició la espesa barba negra, mientras escuchaba la voz serena del prisionero. Todavía conservaba en su retina la imagen ensotanada del Padre José. Esa tarde, después de almorzar, lo había acompañado hasta las afueras de los muros del fuerte. Se despidieron con un fuerte apretón de mano y acto seguido, el cura, se arremangó la sotana para montar con más comodidad, mientras su baquiano le sostenía las riendas de la cabalgadura.
—“¡Hasta pronto tocayo!” –le había dicho el Padre José en tono paternal, y como quien brinda un consejo agregó. —Y no lo pensés tanto. Creo que el gobierno te ha hecho una muy buena propuesta. No es para despreciarla.
—Lo pensaré, Padre... lo pensaré... -le había respondido él, mientras lo despedía, levantándole la mano.
Entonces se quedó pensando, mientras las figuras del cura, del baquiano y de sus dos acompañantes, se iban achicando en la distancia, en el camino hacia Ranchos. Se quedó mirando hasta que las figuras se esfumaron en un recodo del sendero, entre espinosas isletas de espinillos.
Ahora, dentro del calabozo donde había acudido a pedido de su prisionero Macario Torres, el comandante escuchaba con interés la voz oscura del preso, que sentado en la mitad del camastro, era un bulto negro, apenas dibujado por la luz del ocaso que entraba por el ventanuco.
—Ansina es comandante, aunque somos enemigos en la política, sepa’ que yo detesto la traición y respeto a los hombres de coraje como Usted y a Usted no puedo fallarle. Está claro de que se trata de un plan. El Padre José Manuel Córdoba, vino para ganar tiempo. Créamelo. Yo soy hombre de ir de frente y aunque Usted, nos derrotó y pudo tomar al fuerte, no crea que los nuestros se van a chupar el dedo. Si puede saberse ¿Qué le propuso el cura?
José Antonio Guevara, carraspeó, escupió el piso de tierra del calabozo para aclarar la voz y continuó:
—Me ofrecieron 5000 pesos por su entrega, abandono del fuerte y el licenciamiento de las tropas.
En el oscuro podía adivinar la sonrisa maliciosa del prisionero.
—Y ¿Usted le creyó? Créame que dentro de poco tiempo tendrá aquí el ejército de línea… y si el Manco lo toma prisionero ya sabe lo que le espera... -dijo Macario Torres, bajando la voz.
—¿Un juicio marcial? -interrogó el caudillo con una sonrisa asimétrica, mientras volvía a acariciarse la barba.
—Sí -continuó el preso, mientras hacía chirriar los tientos del catre procurando una posición más cómoda —y después del juicio, el pelotón de jusilamiento. Créame, esta gente trabaja ansina.
—Me lo suponía, cuando la limosna es grande, hasta el santo desconfía -pensó Guevara en voz alta, contrayendo el rostro en un gesto de contrariedad.
Le dio las gracias. Y con un gesto que pretendía ser amable al llegar a la puerta, se volvió para decirle.
—Ya le haré traer un candil, esto está muy oscuro...
—¿Un candil? -sonrió Macario —¿Pa’ qué? Total pa’ lo que hay que ver aquí dentro.
De regreso a la comandancia, al amparo de la luz amarillenta de un quinqué, el caudillo reunió a sus lugartenientes para ponerlos al tanto de la situación. Ponchos oscuros, cabezas hirsutas, jetas barbadas, amontonaban sus sombras sobre las paredes de adobe del recinto. Después de hablar, se hizo un silencio apenas cortado por el respirar ansioso de los presentes.
—¿Qué haremos pues? -interroga una voz.
—Debemos demostrarle al Manco que no somos tan sonsos. Mañana abandonaremos el fuerte... -dictaminó Guevara.
—¿Y de ahí? Le devolvemos el juerte que es lo él quiere... -se lamentó otra voz.
—No será tan así -prosiguió el caudillo- daremos un golpe en Villa de los Ranchos. La zona asigún nuestros bomberos* está despejada de enemigos. Es nuestra oportunidad. Lo golpiaremos donde más le duela.
—Tá güeno -asintió otra voz- pero deberá ser rápido...
—Mañana, a primera hora dejaremos el fuerte -sentenció el caudillo.
*Bomberos: jinetes que cumplían funciones de espionaje.
Datos del libro:
Los cuatreros del Brigadier, por Américo Pablo Tissera; con prólogo de Darío Falconi. - 1a ed. - Villa María : El Mensú Ediciones, 2012. 194 p. ; 21x15 cm. - (En la atmósfera; 7). ISBN 978-987-27570-8-3
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